domingo, 11 de enero de 2009

LA CAMPANA SIN SONIDO


Sir Eduard Devalantien llegó al poblado erguido en su caballo, dos palanganeros le seguían a la zaga mostrando signos evidentes de cansancio. La multitud se empezó a congregar en la entrada de la fortaleza. El deán, avisado por su superior, corrió a lo alto de la iglesia. Sir Eduard Devalantien aminoró el paso esperando que el sonido de la campana coincidiera con su entrada triunfal. Las puertas del palacio bajaron chirriando sobre unas pesadas cadenas. El caballo hambriento relinchaba deseando llegar. En la multitud se oyó un murmullo. De pronto todas las miradas se volvieron hacia lo alto del campanario. Un muchacho descalzo, hijo del herrero, llegó corriendo y gritando entre la gente.
- La campana, la campana no tiene sonido.
El rey, que habían salido a recibir al guerrero victorioso con la reina y su cohorte fue el primero en hablar.
- ¿Qué dices villano? Te habré de cortar la lengua, ¡¡En qué reino se habrá visto una campana sin sonido¡¡
El deán que había bajado del campanario corrió entre la multitud hasta llegar exhausto ante el rey, delante del cuál se arrodilló.
- Mi señor, es completamente cierto.
Entonces, Sir Eduard Devalantien montó en cólera cabalgando atropelladamente entre la multitud hasta lo alto del campanario donde golpeó con todas sus fuerzas de su sable la campana, que no dio un solo sonido.
La multitud entonces se arrodilló y comenzó a orar pidiendo a Dios clemencia, pues pensaban que aquello era un símbolo de la llegada del fin del mundo. El rey, la reina y su cohorte se retiraron a palacio. El caballero victorioso llamó al herrero del pueblo y le pidió explicaciones o rodaría su cabeza.
El herrero, un hombre humilde, le contestó así.
- Señor, tenga piedad, no sé nada de este suceso. La última campana se quebró después de las heladas y esta nueva se hizo traer de Versalles, para su creación debieron fundirse varios cañones de batalla. Pero, le pido clemencia, señor, pues soy sólo a mantener a mi familia y si muero todos morirán.
Sir Edward furibundo levantó su espada y decapitó sin piedad al herrero. De pronto ,la campana comenzó a sonar. Entre la gente se corrió el rumor de que la campana era mágica, y de que sólo sonaba cuando se vertía la sangre de los inocentes.
Por el contrario, Sir Eduard Devalantien, grito a la multitud que el herrero era un hechicero y que éste había embrujado la camparan para que no sonara y así poder mejor desprestigiarlo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

LAS DUDAS SE VIERTE Y LA REALIDAD SOLO LA CONOSE LOS INNOSENTES

Ico dijo...

Precisa y certera crítica.Yo no lo hubiese resumido mejor.

Lincepotamo dijo...

Atrayente y enigmático relato, en el que la muerte del humilde paga el precio desmedido de la necedad del poderoso. Real como la vida.