lunes, 12 de enero de 2009

CARRETERA A NINGUNA PARTE


Aquél domingo sentí un especial desasosiego. Ahora lo recuerdo. Normalmente habría sacado a los perros, comprado el periódico y pasado el día comiendo porquerías y leyendo tranquilamente. Sin embargo, no hice nada de eso. Saqué a los perros que husmearon un poco el ambiente de lluvia y volvieron, sin mucho entusiasmo, al jardín. Me vestí sin ducharme y saqué el coche del garaje. Habitualmente conducir sin objetivo ni prisas me relaja. Había comenzado a llover. Cuando Martin entró de nuevo en mi cabeza me dí cuenta de que tomaba el camino de todo los días. Me resistí y en la primera rotonda me desvié a la izquierda. Luego, premeditadamente comencé a tomar todos los devios que veía. Este ejercicio inocuo y la lluvia arreciando en los cristales me daba una extraña sensación de acogimiento y libertad. Al cabo de una media hora acabé en una carretera secundaria que desconocía y a cuya izquierda se divisaba un hermoso barranco. Entonces lo vi. Levantó el brazo derecho en posición de auto stop sin demasiado convencimiento y frené en la cuneta.
Era un muchacho de no más de quince años, dieciséis, como mucho. Me saludó escuetamente dándome las gracias y le pregunté adonde iba. Por su vestimenta, un chándal impermeable blanco y demasiado grande para él supuse que iba a aquella zona. Le dije que no tenía ningún rumbo fijo y que no me importaba llevarlo. Me miró sin comprender demasiado y se alzo de hombros. Comencé a preguntarle sobre sí mismo, a lo que el respondía con monosílabos. Por lo que pude conocer de él no trabajaba ni había acabado la ESO. Entonces fue cuando caí en la cuenta de que por aquella zona había un centro de Medidas Judiciales para menores. Pedí disculpas por hacerle tantas preguntas y permanecí en silencio. Bajo la gorra advertí un rostro infantil, una cicatriz en la ceja y en el pómulo izquierdo. Tenía una mirada desconcertante y dura.
- En verdad… -comenzó el muchacho- yo tampoco tengo rumbo fijo. Voy a Jinamar porque allí están mi colegas. Pero seguro que la cago… porque estoy dejando de ponerme y me van hacer una analítica cuando venga el domingo.
Me quedé sin habla pero la curiosidad pudo más.
- ¿Y tus padres dónde viven?
El joven me miró a los ojos como quien mira a una niña pequeña y sonrió.
- ¿Puedo fumar? - me preguntó. Asentí.
- No sé….bah… por ahí…llevo toda la vida en centros, de protección, de acogidas y de ahí al semiabierto, y ahora estoy en éste.
- ¿y no tienes más familiares?
- Sí… claro…- respondió ufano- en Jinámar esta mi abuela, y también mi tío que está hecho polvo con la bebida, con la mujer y tres niños… pero mi abuela… está vieja ya. - Noté que no había en su voz ningún atisbo de conmiseración hacia su persona sino de un orgullo personal fuera de todo alcance.
- Pero, no se crea usted, eh, que yo no soy un niño, me las arreglo bien solo. Hago un puente a un BMW, en menos de nada y me hago dos o tres apartamentos en una noche.
- ¿Y si te cogen? ¿No te da miedo volver al Centro de Menores?
- Bah…. Si me cogen… ya no vuelvo más aquí…- aspiró una bocanada de humo e hizo unas bolutas perfectas en el aire- como ya cumplo este mes dieciocho, me meterían en la cárcel, allí tengo a buenos colegas y a mi abuelo. Eso nada- dijo en una fresca sonrisa- como volver a casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde mi humilde opinión, de simple aficcionada a la lectura, y con cada vez menos tiempo para leer... me gusta, resulta facíl de leer, es fresco y cercano, engancha desde el primer momento y deja en la boca esa sensación extraña de querer más, de no haber sido suficiente... La historia, por desgracia, demasiado común en nuestros días, jóvenes con el destino escrito, llenos de vacío.

Anónimo dijo...

ES MUY DURO LA REALIDAD ,EL SENTIR COMO NO PODEMOS HACER NADA PARA PODER EVITAR EL CATACLISMO